lunes, octubre 30, 2006

Los emperadores deben morir de pie

Cuentan que cuando Tito Flavio Vespasiano, el emperador romano, se estaba muriendo en su cama, rodeado de sus hijos, cortesanos, senadores y demás, al sentir el momento final, se levantó del lecho y dijo a los sorprendidos presentes, que le miraban con estupor: "Qué queréis, un emperador debe morir de pie..."

Los emperadores, los reyes en general no son seres comunes. Y no pueden morir como los demás mortales, aunque es tranquilizador el hecho de que mueran como todos, si además de sus prebendas, sus vidas de molicia, además fueran inmortales, sería como bordear lo intolerable.

Tampoco deberían morir en la cama, como personas normales, los dictadores. Es una aberración de la lógica, un sinsentido que un tirano muera en su cama, rodeado de sus seres queridos, que incluso le lloran.

El gran problema que padece España actualmente, ese cainitismo que nos separa, esas dos facciones irreconciliables, provienen sin duda del hecho de que dejamos morir en la cama al asesino Franco.

Es saludable, incluso higiénico, el que se acabe con los tiranos como se acaba con las cucarachas, con crueldad, con ensañamiento. Es como una advertencia, un aviso de que todo ha cambiado, de que nada puede seguir igual y que a partir de ese momento, vamos por otro camino.

Esa imagen, la de un Mussolini colgado de las piernas en la Piazza Loreto de Milán junto a su amante Clareta Pettacci, fue la que dio solidez a la Italia de postguerra. Le dio cohesión y cerró con un portazo una parte tan oscura de su historia.

Pero en España, dejamos que Franco muriera de viejo, permitimos que sus ministros, especialmente Fraga, siguieran manejando la vida política española, fuera uno de los padres de la constitución.

Alguien se imagina a Albert Speer, ministro de Hitler, en la Alemania de posguerra fundando un partido y siendo parte activa de la vida política, competir en la elecciones, llegar al poder.

Una aberración, que permitimos en España. Un Fraga, ministro del interior, cuando se asesinaba a estudiantes arrojándoles por la ventana, que se sentaba en consejos de ministros en los que se decretaba el asesinato de Blanco Chivite, Puig Antich...

No, un dictador no debe morir de viejo en la cama. Nos arrepentiremos eternamente si dejamos que Fidel Castro, Pinochet, mueran de viejos, ya lo son, pero tienen demasiada sangre en sus manos, para que sus canas nos muevan a la compasión.

España sería hoy un país diferente, si esa alabada transición, falsa y llena de trágalas y renuncias, hubiera comenzado con un Franco colgado por los pies de una farola de la Plaza de Oriente, y a su lado, como una Clareta Pettacci freaky, Carmen Polo, la collares.

Y es que los tiranos deben morir como las cucarachas, aplastadas...

lunes, octubre 09, 2006

LA FE DEL CARBONERO

Admiro a las personas con convicciones. Incluso las envidio. Y al mismo tiempo me dan miedo, ese miedo que siento hacia todo lo que no puedo entender.
Las personas con fe inquebrantable suelen ser sordas a la lógica y a la razón, puedes darles miles de argumentos contra esas convicciones graníticas, que resbalarán como el agua sobre ellos.
Antes intentaba hacer proselitismo contra la inmensa mentira que son las religiones, tenía ese prurito de la juventud que da el idealismo y el deseo de ver a todo el mundo libre del garrote de un dios pejiguero y tocapelotas, que además, para mayor gravedad, encima ni existe.
Y con suma paciencia predicaba, inundaba de datos, todos ellos ciertos, con el sello de garantía de la ciencia y la razón.
Les contaba que esa navidad despilfarradora y absurda que adoraban, en fechas y rituales era un copia del culto al dios Mitra, unos mil años anterior a Jesús.
Que las saturnales romanas eran el precedente verídico del desenfreno navideño. Que los Reyes Magos, excusa del consumismo y de la prosperidad de El Corte Inglés, se inventaron en el siglo IX, unos mil años después de la supuesta visita al portal de Belén. Ciudad en la que por cierto nunca ha nevado.
Que a la Virgen se le cosió el himen en el año 553 , cuando el II Concilio de Constantinopla determinó que era eso, virgen. Que antes solo era la madre de Jesús.
Que éste solo fue uno de los miles de supuestos Mesías que solo en Galilea aparecieron en ese quinto año del gobierno de Pilatos.
Que la Iglesia Cristiana, que de Jesús no tiene ni el nombre, fue un invento de marketing de un noble judío helenizado y con ciudadanía romana, llamado Saulo y que luego fue conocido por San Pablo, que copió todo, pero todo de los cultos que luego se llamaron paganos, el descenso al infierno y la resurrección, que era el culto griego de Orfeo, las basílicas romanas, los Sumos Pontífices y las vestiduras, también romanos, las ecclesias griegas.
Hizo una amalgama con todo, puso al frente de su culto a su Dios ancestral, el Yahvé judío y al pobre carpintero remendón de Jesús como profeta, hijo de Dios, trilogía con la paloma, por cierto símbolo de la diosa romana Venus. Y hala, inventado el cristianismo, que un emperador romano, borracho, sodomita, genocida y perjuro consideró un gran invento y se quedó con el: Constantino, al que la Iglesia considera santo, quizás porque mató a su mujer, a su hijo, y a sus cuatro hermanos y a varios miles de dacios y samnitas, entre otros.
Pero como tonto no era, vio el gran negocio, montó un monopolio de la fe con ese engendro mal digerido de creencias, aprovechó su implantación y se puso a la cabeza. La consideró religión oficial del Imperio, pero curiosamente nunca se bautizó, que repetimos que no era tonto y seguía bendiciendo a las cosechas y a los ejércitos con el rito del dios Helios, el dios Sol. Curioso para un santo cristiano.
Y ahí empezó todo, la gangrena del mundo que fue la religión cristiana y sigue siendo. Esa religión infame y agusanada sigue pululando y sigue imponiendo en sus fieles su fe del carbonero, inquebrantable y completamente inmune a la razón.
Y explicaba todo esto a esos fieles, pero nada, como predicar en el desierto, con esa cerrazón a la lógica o el razonamiento, propia de los niños o los animales, que tan difícil le resultaban para trabajar en sus películas al pobre Hitchcock. Curiosamente no incluía a los cristianos con fe del carbonero. Y son con diferencia los más impermeables a la luz.
Y esa es la fe que profesan tantas personas que conocemos, y que incluso queremos. Personas inteligentes, a veces con estudios, a veces incluso sumamente inteligentes, que limitan su vida e incluso la guían por unos preceptos basados en una institución falsa desde su nacimiento.
Ya he dejado de predicar, ya he dejado de luchar contra lo que no tiene solución, me he acostumbrado e incluso a veces hasta ni me provoca asombro tanta necedad.
Incluso ante el espectáculo nauseabundo y repugnante de la Semana Santa miro a otro lado con displicencia, como un semi dios entre salvajes.
Y no es una cuestión de edad, necios con fe del carbonero hay de todas las edades y condiciones. Desde mi madre que nunca va a misa en Madrid, pero que preferiría morir antes que faltar un solo domingo a la iglesia cuando está de vacaciones en nuestro pueblo, no sea que alguna vecina o amiga de la infancia le pregunte que porque no ha ido y le ponga falta, hasta mi hermano, solo unos años mayor que yo que hace unos días me confesó que tiene que ir andando hasta la ermita de la patrona de nuestro pueblo, unos 5 kilómetros de carretera empinada de montaña, para cumplir la promesa que le hizo a la Virgen si le vendía su piso de Madrid y el chalet.
Mi hermano cambia de vida, lo vende todo para empezar de nuevo con su ex mujer y su hija en un pueblo de Cádiz y lo ha puesto todo en venta, su piso, el chalet, sus tiendas, todo, y como tardaba en encontrar comprador, al parecer le pidió ayuda a la Virgen, la de Hontanares, concretamente por si alguien quiere comprar o vender casa, que al parecer la buena señora es una vendedora de calidad, que no sé como no lo ven los de Gilmar o Don Piso y la contratan. Porque dos días después de hecha la promesa, hala todo vendido y ahora, claro a cumplir, que más cobran las agencias que la caminata con la que se contenta la pobre Virgen.
Mi hermano es un católico al uso, es decir no va nunca a misa, no marca la casilla de la Iglesia en la declaración, pero su hija está bautizada y ha hecho la comunión. Lo clásico, pero en su fondo alienta esa fe del carbonero, que tanto nos ha marcado y que tan negra ha hecho la historia de nuestro pobre país.
Y mi hermano al contármelo con su mujer, me invitaba a acompañarle en el pago de su promesa. No gracias, que a mi la Virgen no me ha vendido nada, no se ha ganado su comisión conmigo.
Ah, ¿pero es que no crees en nada?, me preguntó.
Sí, creo que hay demasiada gente con fe malsana en una Iglesia agusanada, a la que utilizan como al ungüento amarillo, que para todo se aplica y que para nada sirve.
Pero, ¿cómo luchar contra ello?, contra mi madre que rezaba el rosario para que ganara Zapatero las elecciones, y que reza para que yo tenga suerte en la vida, y para que mi hermano abandone por fin a su mujer y para...
Por mi madre y por tanta gente de buena fe, pero equivocada, cuando entro en alguna iglesia de algún país que visito por turismo, enciendo velas mientras le digo a ese Dios tocapelotas y pejiguero:
"No creo en ti, pero ayúdanos..."