viernes, abril 27, 2007

Dios con nosotros

Zeus y Leda, National Gallery, London (c)copyright

Un leve murmullo de voces se juntaron en su recuerdo. Era todo lo que quedaba de Él. Se acarició la mejilla buscando rescoldos olvidados, las trazas de tanta pasión. Pero solo notó su piel fría.

Quiso repetir las caricias que Dios había puesto en su sexo, entre las piernas, pero tampoco su cuerpo supo reaccionar.

Solo había ocurrido una vez y la nostalgia amenazaba con derribar por entero su existencia. No se puede sobrevivir a ser amada por Dios, a que te llene el alma con su semen de fuego.El olor...

El olor del semen de Dios. Lo impregna todo, llena las estancias, el aire, la vida, no deja que nada respire, que nada se salve. Y todo lo fecunda.

Sentía en sus pechos hinchados la semilla sembrada, la nueva vida, el nuevo Dios que ella pariría. Un Dios de carne y sangre, de sudor y semen como su padre, con el mismo pene gigantesco que desgarró sus entrañas y le arrancó gemidos que amenazaron con derribar las columnas del Mundo.

Ella sería madre, pero ahora, en ese momento en que su cuerpo aullaba de vacío, solo quería ser amante, perra lujuriosa para lamer el pene de Dios palmo a palmo por toda la eternidad, hasta que la Parca cortara el hilo de su vida, hasta que se rompiera el alma de millones de vaginas virtuosas, hasta que los hombres conocieran y olvidaran a otros dioses.

Que falso remedo del amor es el recuerdo. Solo ella y nadie más podía saberlo, porque Dios le había encadenado a esa tortura sin fin. Había estado con ella y ahora no podía olvidarlo...