martes, agosto 08, 2006

VIAJE A CÁDIZ

El viaje a Cádiz ha sido uno de los más divertidos que he hecho nunca, con una dosis de locura y sinrazón que solo se puede explicar en ese viento de Levante que no dejaba de soplar, pero con fuerza, y que te volteaba el cerebro del revés.

Donde nos alojamos Vejer, es un pueblo medieval de maravillas, todo cuestas, todo empinado, todo para arriba, donde aparcar era imposible y un arcano, además nuestra casa estaba en peatonal y teníamos que dejar el coche en el conocido Quinto Coño, El Paseo de las Cobijadas, que como una M-30 con encanto, circunvalaba todo Vejer, y donde residía una perra gheisa que se nos hizo íntima, con ese prurito de desear ser acariciada, bastaba con que te pararas para que se tumbara en el suelo esperanda esa caricia que no llegó porqué daba un poco de asquito y dudábamos de su higiene, que no de su afecto. Los humanos somos así querida perra gheisa...

Esa primera noche que llegamos a las mil y fuimos a cenar a un sitio que la Encarni, la dueña, nos recomendó, pero cuando llegamos el mesón andaluz era un bar de copas y nos tuvimos que conformar con unas cervezas y unas bolsas de pistachos y doritos, como magra cena.

Y al día siguiente, segunda decepción culinaria, el recomendado desayuno que se alaba en toprural.com de la casa, y que encargamos, resultó ser una chufa de tostadas y estuches de iberitos, un paté vulgo foie-gras. Ná del famoso pan con tomate de la señá Leonor, la dueña de la casa, que muy anciana veíamos cada día al pasar en su salita, en su sillita con las piernas tapadas con la falda de la mesa camilla viendo la tele, y en evidente huelga de desayunos caídos.

Pero ese día fue una pasada de bonito. Empezamos yendo a las ruinas de Baelo Claudia, un pueblo romano factoría de pescado y fábrica del mundialmente famoso Garum, como el ketchup que se devoraba en todo el Imperio y que solo se fabricaba en Gades, nuestro Cádiz del alma.

Las ruinas son increíbles. Marcela estaba sorprendida de que no fueran más conocidas, más publicitadas, porque son preciosas.

Después fuímos a pasear y mojarnos los pies en la Playa de Bolonia, que está a cien metros de las ruinas, arena blanca, mar azul y un viento de Levante salvaje y excesivo, que me puso la cabeza en ventolera permanente para el resto del viaje.
Sin duda la playa más bonita de Cádiz, de Andalucía, del mundo mundial.

Después cogimos el coche y con animus pro patria mori nos fuímos a Gibraltar. Cruzamos esa frontera sin problemas, impresionados por el peñón, que grande, que altisonante, que...
Marcela tuvo que enseñar su pasaporte a un ocupado policía inglés y a otro español.
Allí recorrimos la colonia montaditos en un autobús descapotable conducido por un moro de aspecto venerable y paramos a comer, en nuestra tercera decepción culinaria del viaje. En una terrazilla, de un pub inglés, The Angry Friar, probamos el fish and chips, la aportación más triste de la Gran Bretaña a la cocina mundial. Nos invitó a estos manjares Anita que cumplía años.

Después renunciamos a subir al Peñón a ver los monos, porque cobraban 26 euros por subir. Así que nos fuímos a una plaza a tomar un te y un cafe con tarta. Cuarta decepción culinaria.

Las tartas que anunciaban como caseras, pedimos de chocolate y de manzana, a 4 euros el trozo, eran la cosa más insípida y desaborida que hemos probado nunca. Tanto que Marcela, educada y con su exquisito inglés le dijo a la camarera que las tartas eran caras y malas y que solo nos las habíamos comido por el precio. Cuanto vale la Marcela...

Después de nuestra frustración culinaria inglesa nos fuímos a ver Tarifa, que maravilla de ciudad, la muy noble, valiente, leal Tarifa. Lo único ese viento que me estaba volviendo loco. Ana y Fran dejaron planeado comprarse una casa allí, la verdad es que merece la pena.

Y para terminar la noche nos fuímos a cenar a Conil, y primera satisfación culinaria. En una terraza al laíto del castillo, en una noche de ensueño, comimos comida gaditana, el bienmesabe, las tortillas de camarón, el pescaíto frito. Todo rico, rico. O sería que nuestro paladar estaba de cuaresma y cualquier cosa un poco elaborada la celebraba con fiesta. Quizás.

Al día siguiente, escarmentado por el desayuno anterior, nos fuímos a desayunar al hotel donde se alojó Fran cuando fue a la boda de su prima.
Desayuno andaluz, con aceite, pero cuando pidieron tomate, se lo pusieron a los pobres Fran y Marcela en rodajas, En fin, no le cogíamos el punto.
Después nos fuímos a Cádiz capital. Una ciudad muy bonita, una catedral cromada, con cúpulas venecianas, un teatro romano, que solo recorrí yo, porque la caló era tremenda, pero que me encantó, con unas galerías subterráneas alucinantes, pero estos tan panchos a la sombra. Ellos se lo perdieron.
Comimos entre bien y mal, pero barato, que luego fue caro, porque nos dejamos abandonada la cámara en el restaurante y ya no volvimos a saber de ella, por eso se perdieron las fotos del viaje y muchas más. En fin, fue una buena compañera de viajes, espero que su nuevo dueño sepa valorarla y sacarla por el mundo tanto como nosotros.
Por la tarde volvimos a Vejer, para conocerlo un poco mejor y cenamos en casa Pepe Julián, lo mismo entre bien y regular, comida muy andaluza.

Al día siguiente nos fuímos con pena, con añoranza de esas calles blancas, empinadas, que casi le cuestan la salud a Marcela (deja de fumar, leche) y ese viento machacón, que de tocapelotas se hizo amigo, y que en estos momentos, cuando escribo ésto, añoro con deseo.
Para seguir probando nos fuímos a desayunar a Chiclana, para ver si nos encontrábamos al Pozí. Pero al menos topamos por casualidad con la mejor churrería del pueblo, con el camarero más sieso y adusto del mundo, pero que nos puso una fuente de churros, torneados, alargados y finos que no se saltaba un gitano. Que devoramos, bueno casi todos Fran y Marcela, la pobre Ana y yo apenas probamos(sniff)...

Y luego al viaje, carretera y manta, que largo y que corto se me hizo, esas ocho, nueve horas de ruta, en buena compañía, en buen humor, con buena gente, buena música y al fin, segunda satisfación culinaria.
Paramos a comer en Andújar, en un bar de carretera que conocía Fran, el Botijo, que sitio más peculiar, un emporio que vendía aceite, paté, sillas de montar, caballos y por supueso daban de comer.

Un salmorejo muy bueno, unos calamares, conejo, pescado y de postre una tarta de queso estupenda. Y con los cafés por 10 euros cabeza. Que delicia de buena comida, compramos aceite y seguimos viaje. Hasta su conclusión.

Fue realmente un viaje bonito, del que no se porqué me está costando recuperarme. Será ese Levante tremebundo, o esa buena gente, como la señá Julia que barría su puerta cuando nos hicimos amigos y me contó toda su vida entre demente y lúcida y que muy amable nos indicaba por donde podíamos asomarnos para ver Barbate y "el moro"...

Perdonad esta crónica tan extensa, os aseguro que me dejo cosas en el tintero, y sobre todo callo mis sensaciones, mi pensar, mis gozos más extremos, mis sorpresas, lo que de vida me ha llenado. Para eso deben ser los viajes, no?

2 Comments:

Blogger Tamara said...

No conozco mucho Cádiz. Estuve apenas un fin de semana, pero leyéndote me dan unas ganas bárbaras de volver. Los sitios y su magia, la luz de las ciudades que nos impactan, su poesía. Me gusta tu blog, Miguel. Espero verlo crecer mucho más.
Besitos

17:40  
Blogger Rosario Troncoso said...

El "Pozí" es de Barbate, amigo mío, no de Chiclana.
En Barbate habríais comido de lujo en Casa Frasquito: caracoles, atún, sarda, pescaíto frito,...
Para la próxima, ponte en contacto con una servidora.
Fenicia gaditana a la que llaman Charo.

11:45  

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