domingo, agosto 27, 2006

En la tierra de lo excesivo

A la vuelta del viaje, fin de las vacaciones pasadas en Suiza, en un pueblo de nombre sonoro, Isenthal, en el cantón de Uri.

Suiza es el país de los excesos, es demasiado verde, demasiado montañoso, demasiado limpio, demasiado organizado, demasiado alejado de nuestro ánimo español, aún así, cúánto me ha gustado Suiza, quizás un poco menos que en el anterior viaje del pasado diciembre, porque el rebozado blanco de la nieve superaba en belleza o en efecto visual al verde omnipresente actual. Quizás.

Nada más aterrizar en el aeropuerto de Basilea, nos acogió la lluvia, tan rara, tan preciada en esta reseca España nuestra. Nos acompañó todo el viaje, incluso fue el fondo a nuestro primer percance, de esos que hacen que las vacaciones sean tan peligrosas. Un lerdo ciudadano, que por supuesto en Suiza también hay, golpeó nuestro coche de alquiler, y se negó a reconocer que había cometido tal fechoría. Que desilusión el tal Kaspar, y nosotros que nos creíamos que los suizos eran todos honestos y probos ciudadanos. Pedimos la intervención policial y esperamos bajo la lluvia, con nuestras ropas venidas del tórrido Madrid empapadas, con las horas pasando, ya rebasada la medianoche. Y cuando llegó la policía, un alto y rubio agente y una poco femenina policía con gorro de Cocodrilo Dundee y fumando como un camionero de Móstoles, nos miraron con esa desconfianza genética con que nacemos hacia todo lo extranjero. Y no nos dieron la razón, claro, tuvimos que firmar un parte de mutuo acuerdo, o nos multaban.
Con ese trágala en la mente, pues si que empieza esto bien, seguimos viaje, calados, malhumorados y cansados.

Pasaba las dos de la madrugada cuando llegamos a Isenthal, un pueblo imposible. En lo alto del todo, pura cumbre. Tuvimos que acceder por una carretera de vértigo, estrecha, empinada, que nuestro coche, nuevo y alemán, parecía incapaz de vencer, como desmintiendo que era ambas cosas.
Afortunadamente ese primer ascenso fue de noche cerrada y con lluvia, porque a plena luz, el vértigo hubiera sido imposible, el acantilado por el que ascendíamos a golpe de curva, con el fondo del inmenso lago de Los Cuatro Cantones, era una cura de burro contra el mal de altura. Un paisaje que en posteriores ascensos y descensos con luz nos quitó el aliento, en todos los sentidos.
Nuestra casa era suiza, limpia, ordenada, de madera y nuestros caseros gente encantadora, amables y serviciales. Un verdadero hallazgo, y un bálsamo contra el resquemor que nos había nacido hacia todos los suizos después de nuestra aventura con Kaspar y los policías.
Con el amanecer se nos llenaron los ojos de maravillas. Desde cualquiera de nuestras ventanas veíamos montañas altas, verdes, majestuosas, coronadas de nubes. Como dijo Marcela, parecía que vivíamos dentro de una postal. Era cierto, todo era como un decorado y necesitabas mirar por detras para no encontrar la madera o la cuerda que delatara el atrezzo.

Ese primer día aun llovía, pero descubrimos la técnica del clima en Suiza. A un día de lluvia, seguía invariablemente otro soleado. Y así fue, sin fallar ni un solo día, hasta nuestra partida. Lo que fue genial para planificar las actividades a realizar.

Subimos a Sant Jakob en funicular, un monte cercano con un restaurante como única población. Allí conocimos a una viejecitas amabilísimas que hablaban español. Bailarinas jubiladas con pinta de lesbianas. Quizás fue ese el momento en que notamos, o noté, que todas las mujeres en esa parte del país eran de todo, menos femeninas. Con un look bollero, pelo corto, ropa de hombre, ademanes masculinos. Parecía la pesadilla de un mal imitador de Almodovar.

En los siguientes días visitamos Luzerna, de nuevo un reencuentro para mí con una de las ciudades favoritas de mi ánimo. Que hermosa la recordaba con frío y nieve, quizás un poco más pálida baja la lluvia y el sol alternativos.

También fuímos a Zurich, un Móstoles con pretensiones, y la cercana Winterthur, la patria de todos las aseguradoras, donde lo único que disfrutamos fue un coro de gospel callejero formado a partes iguales por bolleras y locas calvas gays, con la inclusión de un orondo negro y un enano rubio narrador con gorra.
Pero la música era buena. Que le pregunten a Marcela y su inconditional love...

Incluso en un arrebato entre curioso y borbón-borbón nos acercamos a la capital de ese principado de opereta que es Liechtestein, Vaduz o Fatús como pronunciaba la voz en off en español del trenecito hortera con el que recorrimos en diez minutos toda la ciudad.
Lo único que merecía la pena ver era el castillo del príncipe reinate, el Hans Adans II, padre de la oronda Tatiana, que sin embargo no se podía visitar. Subimos a pie, menuda caminata, solo para contemplarlo desde fuera e imaginar cual sería la ventana de la habitación de la que pudo ser reina de España. Una pena y una suerte para las nietas de taxistas...

El día estrella fue el jueves, en el que subimos al Brienzer Rothor en el único tren cremallera de vapor de Suiza. Un viaje alucinante, a pesar del hollín, del humo y del frío que íbamos padeciendo a medida que ascendíamos.
Pero la hora que duró el viaje atravesamos un mundo de maravillas, incluso descubrí unos de mis rincones de paz, que persigo con la mente en mis clase de yoga y que se copió el original de mis deseos con la imágen que contemplaba en el Brienzer. Ese verde tan intenso que dolían los ojos, como describió Fran, esos montes escarpados, esos íbices salvajes que nos miraban pasar con indiferencia.
Que excursión tan increíble, que remotas sensaciones nos devolvían.

Como habíamos pagado la cena en el restaurante del alto del monte, nos fuímos a cenar aún llena la cabeza de instantáneas de oh permanente. Y que lujo en pleno agosto ponerte abrigo, jersey, guantes, gorro de lana, bufanda. Y sentir el frío fuera de tí, acariciarte con suavidad la cara con el fondo de un paisaje que podías seguir viendo aún cuando cerrabas los ojos para descansar de tanto estupor. Era inútil te habían transpado los párpados y se quedaban dentro. Y la nube volvía a ser nube, y la montaña volvía a ser montaña. Habían vuelto a ganar la partida. A traición...

En el comedor conocimos a un señor que muy amablemente nos tradujo el menú. Era suizo o alemán, en eso no hay acuerdo, pero hablaba no español, sino andaluz, como el mismo dijo. Era encantador y educado, exquisito en el trato, incluso nos recomendó vinos, que no bebimos.

En los siguientes días visitamos Berna, que volvió a dejarme indiferente como la primera vez, y la capital de nuestro cantón, Uri, la pequeña pero entrañable Altdorf. Es una constante conmemoración a su más ilustre vecino, el Guillermo Tell de marras. Está en casi todas partes, pero especialmente en la preciosa estatua de la plaza mayor. Es un icono famoso que se repite en casi toda la mercadería suiza. Incluso visitamos en la vecina Brüegel, la casa museo de Tell, que nos decepcionó, película incluída.

Una pequeña lección de historia antes de continuar. Nuestro cantón, Uri, comparte historia y lago con otros tres cantones. Por eso el inmenso lago se llama de los Cuatro Cantones. Los otros tres son Schwyz, Unterwalden y Zug. Tienen en común que son el núcleo de la formación de Suiza, fueron los primeros en sublevarse contra los austríacos, precisamente por el Guillermo Tell. Además los cuatro cantones son extremadamente católicos, de sus jóvenes salen la mayoría de los guardias del Papa, conservadores y cerrados a los extranjeros, suizos incluídos.

Pero quizás este corazón de Suiza, es su parte más auténtica, más antigua y más genuina. De todos, en cuanto a lo que más nos gustó, nos quedamos con Schwyz donde en su capital del mismo nombre, tomamos los mejores capuccinos y lattes machiatos. Siempre en el mismo sitio, Die Wessley Rossli, algo así como el caballo blanco, o el pony pisador para Angel y Fran.

La camarera para variar era amable, educada y no parecía lesbiana, la jodida Barbie...Y nos demostró ipso facto cuando supo que éramos españoles, su conocimento de nuestro idioma: fiesta y siesta. En fin, que triste es a veces sentirte marciano.

Vecino a estos cuatro cantones está el Ticino, la parte italiana de Suiza. Visitamos su capital, Bellinzona, con sus tres impresionantes castillos medievales, y Lugano, donde vive nuestra Tita, cuando no está ocupada comprando vientres de alquiler.

Se llega al Ticino cruzando el San Gotardo, el mítico paso, y cuando llegas al otro lado, de verdad sabes que es otro país. Y no sólo porque todos los carteles estén en italiano, y porque los montes no sean tan vertiginosos ni el verde tan intenso, y el cielo azul nos tocaba la vena latina.

Era una sensación, de cercanía, de consanguinidad. El Ticino no es suizo, sino latino. Sus ancianas no parecen bolleras intentando escalar el Everest, sino que son como nuestras abuelas, sus plazas son apacibles y soleadas como las de España, la Iglesia de San Francisco de Bellinzona hubiera parecido una nave nodriza extraterreste si la transplantaran al centro de Zurich o de Berna. Incluso en el cementerio, visitamos todos los cementerios, de todas las ciudades por las que pasamos, manías de Fran, había una tumba con una bailaora gitana de piedra encima. Nos acercábamos a ver que colega de Lola Flores había sido enterrada en Bellinzona, y resultó ser el reposo eterno de un jóven artista suizo, desconocido para nosotros, que a saber porqué había elegido ese tipo de tumba.

De Lugano pasamos la frontera a Italia y lo nuestro nos golpeó la cara. Pasar la frontera y entras en la realidad latina. El Ticino tiene lo bueno de Suiza, el órden, la limpieza, la educación, y lo bueno de Italia, el clima, el arte, el alma, la belleza.

Pero Como es solo Italia, que ciudad tan sucia y ruidosa, tan caótica. O quizás solo nos lo pareció porque teníamos ya el alma abigarrada del exceso que es Suiza. Quizás la juzgamos muy duramente, pobre Como, pero hasta los helados, los famosos gelati, nos parecieron desangelados, desabridos, sosos. Volvimos raudos a "nuestra" Suiza.

Nos quedaba la excursión al monte Titlis, en tres funiculares nada menos para llegar a esas nieves perpetuas a 3205 metros de altura, con glaciar incluído. Incluso unos de los funiculares era el famoso y único rotair, el único rotatorio del mundo, según te dicen en mil idiomas. Peculiar el que la mayoría de los visitantes fueran indios. Como si no tuvieran bastantes montañas altas en su páis. Cosas veredes.

Nuevo lujo el jugar con la nieve en agosto, el vivir ventiscas mientras nuestros amigos y familiares se cocían en su jugo en Madrid. Que delirio, que fatiga y que golpe de ansiedad esa altura, ese despropósito que es el Titlis. Como purifica la nieve, incluso la que sabes inalterable, como la roca, pero vulnerable.

Y nuesta última excursión a destacar fue al Kloster de la Madonna Schweister de Einsiedeln. Que en tiempos lejanos compitió con Santiago en peregrinos para venerar la vírgen negra. El edificio es por fuera sobrecogedor, gris, abierto, impresionante.

Pero por dentro...Por dentro es una tarta de chantilli horrenda. Dorada, rosada, blanca. Con el triunfo del barroco, lo excesivo en el mal gusto, en el derroche del adorno, no lleva al sobrecogimiento, a la trascendencia, solo la artista antes conocida como Tamara, o la pobre Imelda Marcos, sentirían ganas de rezar en semejante marco, solo digno de ser quemado en holocausto al buen gusto. Si vais a Suiza y pasáis por Einsiedeln, por favor firmar en la recogida de firmas que inicié para cerrar ese decorado del Un, dos tres.

Volvimos para despedirnos de Luzerna y visitamos Basilea antes de coger el avión. Nos gustó su catedral, de piedra roja, torres góticas e interior de un románico austero. Que diferencia, que belleza tan pura de líneas, sin caer en el horror de ese berrueco portugués.
Y nos encantó la plaza del mercado, que tiene como fondo ilustre y maravilloso el Rathouse, el ayuntamiento de un impresionante gótico borgoñón, rojo intenso, brillante bajo el sol que sin embargo no tocaba ese día.
Aunque al despegar el avión ya llovía a cántaros, como correspondía. Nos llevábamos la impresión de la maravilla que es Suiza, de las cosas excesivas que alberga, que llena de todos los adjetivos. Podíamos repetir con el escritor romano Tracio Aquiles, cuando contempló impresionado por primera vez Alejandría: Ojos míos, nos rendimos...

8 Comments:

Blogger Tamara said...

Madremida...se me han quedado los ojos tan verdes de vida (y de envidia) como esos campos que dolía mirar. Qué lindo viaje, cuánto visitado, vivido y degustado con deleite. Las caras de las personas que vuelven de un viaje intenso son un mapa transparente, el mapa de un tesoro que se está dispuesto a compartir si el viaje ha sido inolvidable. Ese es vuestro caso. Muchas gracias por dejarnos compartir tan lindo tesoro.

00:48  
Anonymous Anónimo said...

Has sabido captar la esencia del viaje. Mientras lo leía notaba la brisa de la montaña de enfrente y veía la casita pequeña que estaba en la ladera, esa que tanto fotografiaste.
Aún quedan cosas por contar, que aunque no aporten mucho en cuanto a descriptiva del país, también fueron importantes, como la convivencia, las sesiones de fotos a media noche, la dieta "Gran Hermano", el chancho chino, la desesperación de Marcela por no conseguir quitarnos el acento mexicano para pronunciar correctamente el "no mas", el gato Marcelo, las risas, las sesiones de cartas, el juego de Stop, la aventura de sacar la basura ,las cabritas, la alimentación de la fauna… en fin, quince dias que aún siendo cortos, fueron muy intensos.

13:51  
Blogger Avellaneda said...

Me ha encantado tu artículo, me ha gustado lo que he podido "ver" y solo puedo decir que siento una sana y verde envidia... lo que echo de menos desde este Madrid, además del mar, ese verde y la montaña.
Mil gracias por compartir este viaje. Apunto Suiza en mi lista de los sitios a visitar (voy a tener que comprarme otro cuaderno...)

20:46  
Anonymous Anónimo said...

Gracias por el chocolate suizo. Después de leer tu viaje, el chocolate sabe a Suiza.

10:59  
Anonymous Anónimo said...

Me hace gracia la ligereza con la q calificas a la gente de gays y bolleras... Ser homosexual es algo más q una apariencia. A lo mejor no lo has hecho con mala intención pero es la impresión q me has dado.

Sin malos rollos.

Un saludo

22:53  
Blogger Stupor Mundi said...

Para ese majadero/a anónimo/a, que lleva banderas izadas pero no alza tu identidad. Soy gay, estoy orgulloso de serlo y podré escribir y calificar a la ligera, a la pesada o como me de la gana, que empieza uno a estar harto de tanta mariquita asamblearia. No éramos tantos cuando nos encerrábamos en el COGAM para que no clausaran la sede. Ahora solo se depilan, se encebollan con hormonas, se desnudan y se visten de gilipollas y desfilan en un supuesto orgullo de qué. Esos no son los míos, como escribió Lorca, alzo mi voz contra los maricas de las ciudades, asesinos de palomas.
Pero sin malos rollos...

20:23  
Anonymous Anónimo said...

Yo tambien visite suiza y hice esa excursion al monte Titlis .Estoy totalmente de acuerdo contigo cuando dices lo del verde que se clava en los ojos .Suiza es preciosa y cara muy cara .Tambien añadir que la policia es un poco antipatica y te miran muy mal por ser extranjero.Comentar que Lucerna me parecio muy bonita y alli hice una excursion al monte Pilatus (barco ,tren cremallera y para descender funicular y telesilla)preciosa si paras a mitad del descenso (entre telesilla y funicular) te puedes deslizar por un tobogan de 3 km que baja por la montaña con unas vistas de vertigo eso si vale carillo .Suiza merece ser visitada pero no te olvides de llevar la cartera llena porque todo vale caro muy caro

14:04  
Anonymous Anónimo said...

Me puede saber que te pas a ti con móstoles?? un respeto !!!

16:09  

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