viernes, diciembre 08, 2006

El triunfo de Príapo

El triunfo de Príapo

Las sombras engulleron la totalidad de la estancia. Solo el latido lejano de la noche palpita como un fondo conocido y familiar. El tiempo se hace más lento, casi se para, se puede sentir su paso, como la caída de las gotas de agua en la clepsidra.

El muchacho apartó la leve cubierta de su cama y con ademán cauteloso se levantó y se introdujo en la oscuridad completamente desnudo. Sus pies expertos recorrieron los largos pasillos del palacio, tan conocido después de tantos años, tan querido porque Él lo habitaba.

Y como cada noche se detuvo delante de la puerta de su habitación. Ese paso franco durante el día, que al caer el sol se convertía en fortaleza inexpugnable, y sin embargo no había guardias, ni fosos, ni siquiera cerradura, que detuviera al visitante. Además presentía, más bien sabía, que era bienvenido en esa estancia, modesta y austera, y sin embargo, morada nocturna de todo un Dios.

Volvían sus miedos, sus reparos. ¿Qué podía ofrecer a alguien así? Ya era amado por todos, temido por todos, admirado, deseado. Pero la sabiduría del amor que le desgarraba le gritaba que había algo que nadie podría darle, salvo él, algo que llevaba tanto tiempo deseando sin saberlo.

Entró y en medio de las tinieblas presintió su cuerpo, que brillaba, exhalaba con cada respiración minúsculas partículas de luz que formaba en torno una aureola. En verdad era Dios, y el lejano atavismo de ritos ancestrales le paralizó a mitad de camino del lecho, tan cerca de su objetivo, de consumar su deseo abrasador, de simplemente rozar su piel mil veces blanca.

Maldito como Tántalo, que moría eternamente de hambre y sed rodeado de suculenta comida y jarros de vino corintio. Así el moría ahí paralizado ante el objeto de sus mil noches de insomnio, de sus anhelos más prohibidos.

Y sin embargo la sangre valerosa de tantos guerreros macedonios movieron su alma antes que sus piernas y se acercó al lecho, se sentó al lado del cuerpo tan querido y extendió la mano.Era como acariciar el viento, su piel era ambarina, suave, delicada, olía a perfume, aunque sabía que no utilizaba ninguno, el fiero Leónidas no lo hubiera consentido.

Poco a poco su mano adquirió valor, vida propia y recorrió con temor reverencial su pecho, sus brazos. Se atrevió a deslizarse por debajo del cobertor que tapaba su cintura y con una ahogada exclamación notó de forma tangible que sus caricias eran apreciadas.

Sin poder soltar su trofeo de amor, el bello Hefastión levantó la mirada y la luz en torno a su rostro aclaró la estancia como si fuera pleno día. Pudo ver como Alejandro le sonreía dando sentido a toda una vida.

Y en ese momento comprendió que moriría por Él y también sonrió mientras, sintiéndose el hombre más feliz del mundo, depositó un beso, su compromiso de eterno amor y fidelidad, en el latente deseo de Alejandro, que aún mantenía encerrado en sus manos, y que siguió adorando mientras duró la noche.

Príapo había triunfado de nuevo...

2 Comments:

Blogger Tamara said...

Impresionante, Miguel. Pocas veces llega a nuestras vidas, pero cuando un Alejandro nos arrebata los sentidos y vapulea las entrañas...hay que agarrarlo por los pelos para que no se marche nunca. No puede ser más elocuente, más sensual, más carnal y sexual, estremecedor y apasionante este texto tuyo. Buuuffff, nos dejas con un cuerpo que pa qué...justo a tiempo para volar a París, ciudad donde espero que la pasión te acompañe y nunca abandone tu cuerpo y tu alma.
Y que vuelvas con las fuerzas intactas para seguir trayéndonos vientos de burbujas...

00:42  
Anonymous Anónimo said...

Hayayay, como quisiera sentir algo así.... Que bueno Miguel ha hecho que vibre hasta la última fibra de mi ser.

20:21  

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