¿París sigue valiendo una misa?
El gran Jardiel Poncela afirmaba que París tenía tan buena fama por el inmenso chauvinismo de los franceses y el no menos inmenso paletismo de los españoles.
Esta ciudad me ha provocado todos los estados. Me horrorizó la primera vez que fui, me enamoró la segunda y esta tercera ha sido como un baño templado, que lo mismo daba un so que un arre.
Creo que París ha perdido algo, que no se ha reseteado como Dios manda, y sigue siendo una ciudad llena de maravillas pero que ya no maravilla más que a dos o tres desertores del arado de la Mancha profunda.
La ciudad por la que todo un rey, un poco mariquita eso sí, abjuró de su fe protestante para hacerse católico, Enrique IV, el primer Borbón, con eso de que París bien vale una misa, ahora quizás valga poco más que un responso.
París tiene magia de ilusionista fracasado, galas de marquesona venida a menos, arrugas de mujer hermosa, en una tez ajada. Quizás por esa malgastada virtud, lo que más me gustó fueron los cementerios.
Son un arte en sí mismos. Que desperdicio de imaginación para tapar huesos y miserias. Deberían poner en la entrada el lema con el que San Francisco anatemizó a sus contemporáneos, Vanitas, vanitatis , vanidad de vanidades. Pero son hermosos, y la gente enterrada muy interesante.
Es como si hubiera habido una porfía en irse a morir a París. Allí reposa el bello Nijinski, la Bernhard, genios como Cocteau, Proust, la infeliz Edith Piaff, el trágico Jimmy Hendrix. En fin gente de bien. Esperemos que ninguna Yola Berrocal, Isabel Pantoja, Cachuli o Aznar les de por ir a morir allí y ser enterrados en Montmartre, Pére Lachaise, Monstparnase.
Pero aparte de eso...Me encantó sentir el bello recuerdo de los hombres en mallas en el palacio Garnier, bailando Giselle, donde se estrenó hace ya 180 años, casi. Este bello edificio de la Ópera que el propio Jardiel definió como una horrenda tarta de chantilly. Pero aquí don Enrique no fue justo.
Y seguro que le hubiera gustado el Museo D´Orsay, la antigua estación, realmente bien adaptada en un hermoso museo. Y al cascarrabias madrileño seguro que le encantó gustó también esa Sainte Chapelle, un delirio policromado de vidrieras maravillosas que no se concibe que acabara convertida en fichero.
Y estamos seguros que hubiera echado pestes contra Versalles, que es algo así como una inmensa frustración rodeada de árboles modorros y fuentes secas. Sus habitaciones son estrechas como pasillos con pretensiones, que no hay espacio para que se montaran esas ceremonias que te va contando la audio guía, con toda la corte reunida, como no sea que repitieran las escenas mañaneras del metro de Madrid.
La decoración es un delirio del mal gusto, y el triunfo del pan de oro. Los cuadros de las paredes son de ilustres pintores franceses, según la audio guía, como si hubiera habido algún pintor francés antes del siglo XIX, que mereciera la pena.
Y te acuerdas entonces de esos Alcázares Reales de Madrid decorados con cuadros de Velázquez, Murillo, El Bosco, Rubens, Ventura Rodríguez, Carreño de Miranda. Y ese Buen Retiro con frescos de Luca Giordano, y gigantescos retratos de Velázquez. Y ese Escorial con El Greco. Y te das cuenta que, en verdad, como decía Jardiel Poncela, solo el paletismo de los españoles puede comparar todo eso con Versalles y que salga ganando. Hay que joderse con el chauvinismo...
Me agradó que los parisinos no conviertan su ciudad en un circo navideño. Que mantengan sus mercados pequeños, entrañables y suculentos. Que hayan tantas calles que te hacen sentir cómodo junto a otras que te hacen salir corriendo.
Y sobre todo, París tiene alma de postal. Las vistas de la ciudad desde cualquier parte son un permanente decorado. Desde el Louvre ver el oro de los Inválidos. Desde el Pont Neuf ver Notre Dame cercada por las sombras de la Concergerie. Desde Sacre Coeur el despliegue de toda la ciudad con el remate del pináculo de las agujas góticas.
Quizás París ya no está en un top ten de las ciudades más hermosas del mundo. Al menos no en el mío, te siguen sonando tus pasos sobre el pavés de las calles a canciones de Edith Piaf o a historias maravillosas de Genet. Pero es solo un eco. La magia hace tiempo que ha volado de la ciudad, o quizás nunca estuvo allí y solo el deseo ferviente de los españoles que seguimos acudiendo en masa creó esa mentira. Quizás...